Por Silvia Meave
Periodista y Escritora. Iniciada en la Segunda Cámara Secreta del Codex Arkanum®
En 1976, un arquitecto que participaba en los trabajos de restauración de un edificio colonial en el Centro Histórico de la Ciudad de México, muy cerca de lo que apenas dos años después se descubriría como el Templo Mayor de Tenochtitlán, encontró lo que en términos científicos se conoce como una ventana arqueológica en la que -entre otros vestigios- se hallaba una caja o cápsula del tiempo.
A juicio de los arqueólogos que verificaron el hallazgo del joven arquitecto, de nombre Eleuterio Huéramo, la caja del tiempo, hecha de aluminio, de unos 50 centímetros de largo, por 20 centímetros de alto y otros 20 centímetros de ancho, carecía de valor histórico, pues todo apuntaba a que se trataba, en el mejor de los casos, de restos de un trabajo de brujería moderno, ya que apareció enterrada en un montículo de arena de playa, bajo el piso de madera de la construcción colonial.

Según el relato que hizo más tarde el arquitecto Huéramo a Elpidio Yerbasanta, chamán de la entonces denominada The World Psychic Sorcery Secret Society, los arqueólogos inspeccionaron superficialmente la caja de aluminio y decidieron desecharla porque, por el tipo de material con el que se había elaborado, determinaron que no tendría más de diez años oculta en el edificio y, por consiguiente no tenía relación con la restauración histórica que se estaba realizando.
Eleuterio Huéramo tímidamente pidió a los arqueólogos que le regalaran la caja, y los investigadores no tuvieron objeción alguna en hacerlo. El joven arquitecto llevó la cápsula del tiempo a su casa. Antes de intentar abrirla, la observó con detenimiento. Tenía sobre la tapa una inscripción en relieve que semejaba una letra equis sobre cuyos vértices se habían dibujado tres medias lunas en diferentes posiciones, así como una estrella de cinco picos invertida con un ojo grabado en el centro. Parecía que la caja estaba sellada con soldadura de plata, así que el arquitecto revisó con mucho cuidado su construcción para romper el sello, y se hizo de un soplete de joyero para lograr su propósito.
Previamente a su intento de romper el sello de la caja, Eleuterio Huéramo tomó algunas fotografías de la caja cerrada. Sabía que, fuera lo que fuera, una vez abierta, la caja de aluminio no sería ya ese objeto enigmático que lo hizo pasar horas enteras y hasta insomnio durante tres días, sentado frente a él.
Aunque no se consideraba a sí mismo supersticioso, Eleuterio Huéramo, hombre nacido y criado en Parangaricutirimícuaro, un antiguo pueblo indígena con fuertes raíces religiosas, se preguntó en varios momentos si no abriría una caja de pandora, en la eventualidad de que aquello fuera efectivamente, como decían los arqueólogos, un trabajo de hechicería. Pero a final de cuentas, cual caballero medieval, el joven arquitecto se colocó en el rostro una máscara de soldador, se puso guantes de asbesto y procedió a encender el soplete.
Con sumo cuidado fue desprendiendo el sello de plata de la cápsula del tiempo que estaba en su poder, y cuando logró zafar totalmente la tapa de la caja de aluminio, sacó uno a uno los objetos que había en el interior: Varios pergaminos escritos en una mezcla de latín y un dialecto mozárabe, unos extraños mapas estelares, una docena de amuletos de diferentes materiales, así como una esfera de plata que era en sí misma una cubierta que protegía a un huevo de obsidiana de unos siete centímetros de diámetro (2.5 pulgadas) aproximadamente, que reposaba en una pequeña y fina base circular de cristal de cuarzo.
Eleuterio creyó que aquello era un huevo estilo Fabergé; pero no. Era de piedra maciza, perfectamente pulida, sin ninguna hendidura ni evidencia de haber sido tallado por manos humanas. El arquitecto contempló maravillado el huevo negro, pues no había visto jamás algo tan perfecto en sus proporciones.
Huéramo, conocedor de materiales, notó que la obsidiana no era del tipo volcánico de la región mesoamericana, filosa; pero quebradiza bajo ciertas circunstancias. Más bien tenía la contextura del cuarzo. Y, bien mirado, el huevo parecía ser hecho de una alianza química entre obsidiana y cuarzo: Una maravilla que, sin embargo, resultaría improbable para su creación en un laboratorio.
Con respecto a los pergaminos y demás baratijas, está de más decir que Eleuterio Huéramo no tenía la menor idea de lo que significaban, así que llevó a uno de los arqueólogos que trabajaban junto con él en la restauración del edificio colonial, a que viera los contenidos de la cápsula del tiempo.
El arqueólogo, amigo personal de Eleuterio, le ofreció presentarle a alguien que pudiera traducir los pergaminos. Durante trece días, el arquitecto Huéramo empezó a tener sueños relacionados con el huevo.
Según el relato que hizo más tarde el arquitecto Huéramo a Elpidio Yerbasanta, chamán de la entonces denominada The World Psychic Sorcery Secret Society, los arqueólogos inspeccionaron superficialmente la caja de aluminio y decidieron desecharla porque, por el tipo de material con el que se había elaborado, determinaron que no tendría más de diez años oculta en el edificio y, por consiguiente no tenía relación con la restauración histórica que se estaba realizando.
Eleuterio Huéramo tímidamente pidió a los arqueólogos que le regalaran la caja, y los investigadores no tuvieron objeción alguna en hacerlo. El joven arquitecto llevó la cápsula del tiempo a su casa. Antes de intentar abrirla, la observó con detenimiento. Tenía sobre la tapa una inscripción en relieve que semejaba una letra equis sobre cuyos vértices se habían dibujado tres medias lunas en diferentes posiciones, así como una estrella de cinco picos invertida con un ojo grabado en el centro. Parecía que la caja estaba sellada con soldadura de plata, así que el arquitecto revisó con mucho cuidado su construcción para romper el sello, y se hizo de un soplete de joyero para lograr su propósito.
Previamente a su intento de romper el sello de la caja, Eleuterio Huéramo tomó algunas fotografías de la caja cerrada. Sabía que, fuera lo que fuera, una vez abierta, la caja de aluminio no sería ya ese objeto enigmático que lo hizo pasar horas enteras y hasta insomnio durante tres días, sentado frente a él.
Aunque no se consideraba a sí mismo supersticioso, Eleuterio Huéramo, hombre nacido y criado en Parangaricutirimícuaro, un antiguo pueblo indígena con fuertes raíces religiosas, se preguntó en varios momentos si no abriría una caja de pandora, en la eventualidad de que aquello fuera efectivamente, como decían los arqueólogos, un trabajo de hechicería. Pero a final de cuentas, cual caballero medieval, el joven arquitecto se colocó en el rostro una máscara de soldador, se puso guantes de asbesto y procedió a encender el soplete.
Con sumo cuidado fue desprendiendo el sello de plata de la cápsula del tiempo que estaba en su poder, y cuando logró zafar totalmente la tapa de la caja de aluminio, sacó uno a uno los objetos que había en el interior: Varios pergaminos escritos en una mezcla de latín y un dialecto mozárabe, unos extraños mapas estelares, una docena de amuletos de diferentes materiales, así como una esfera de plata que era en sí misma una cubierta que protegía a un huevo de obsidiana de unos siete centímetros de diámetro (2.5 pulgadas) aproximadamente, que reposaba en una pequeña y fina base circular de cristal de cuarzo.
Eleuterio creyó que aquello era un huevo estilo Fabergé; pero no. Era de piedra maciza, perfectamente pulida, sin ninguna hendidura ni evidencia de haber sido tallado por manos humanas. El arquitecto contempló maravillado el huevo negro, pues no había visto jamás algo tan perfecto en sus proporciones.
Huéramo, conocedor de materiales, notó que la obsidiana no era del tipo volcánico de la región mesoamericana, filosa; pero quebradiza bajo ciertas circunstancias. Más bien tenía la contextura del cuarzo. Y, bien mirado, el huevo parecía ser hecho de una alianza química entre obsidiana y cuarzo: Una maravilla que, sin embargo, resultaría improbable para su creación en un laboratorio.
Con respecto a los pergaminos y demás baratijas, está de más decir que Eleuterio Huéramo no tenía la menor idea de lo que significaban, así que llevó a uno de los arqueólogos que trabajaban junto con él en la restauración del edificio colonial, a que viera los contenidos de la cápsula del tiempo.
El arqueólogo, amigo personal de Eleuterio, le ofreció presentarle a alguien que pudiera traducir los pergaminos. Durante trece días, el arquitecto Huéramo empezó a tener sueños relacionados con el huevo.
El huevo como zahir del arquitecto que lo obliga a buscar a los Brujos


El Poema de Gilgamesh, la primera obra literaria de la humanidad, empieza con instrucciones para encontrar una caja de cobre entre los cimientos de las murallas de Uruk, donde se dice que se encuentra escrita en una tabla de lapislázuli la historia de Gilgamesh. Se sabe que había otras cápsulas del tiempo hace 5000 años que tenían la forma de cofres escondidos en el interior de los muros de las ciudades mesopotámicas
Did you know that the best Black Witchcraft grimoires were written in an ancient form of Spanish language which was a mix of Mozarab and Aljamía? This language became a secret writing only understood by Witches.
Share this:
- Click to share on X (Opens in new window) X
- Click to share on LinkedIn (Opens in new window) LinkedIn
- Click to share on Facebook (Opens in new window) Facebook
- Click to share on Mastodon (Opens in new window) Mastodon
- Click to share on Reddit (Opens in new window) Reddit
- Click to share on Tumblr (Opens in new window) Tumblr
- Click to share on Pinterest (Opens in new window) Pinterest
- Click to share on Pocket (Opens in new window) Pocket
- Click to share on Telegram (Opens in new window) Telegram
- Click to share on WhatsApp (Opens in new window) WhatsApp
- Click to share on Nextdoor (Opens in new window) Nextdoor